miércoles, 24 de septiembre de 2025

Primera revolución - parte 1 (Osario estelar)

 

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Teníamos frío y se nos habían terminado los cigarrillos. Me froté las manos y las soplé para entrar en calor. Las ratas iban y venían a su antojo. Eran las dueñas del lugar, y nosotros, intrusos ocasionales. La noche era una mierda y no teníamos ánimos ni para hablar, tan solo esperábamos.

A lo lejos escuchamos un portazo, luego silencio. Las ratas siguieron con su ritual nocturno e indescifrable a nuestro alrededor.

—Va a venir —dijo Juan.

—¡Eso es obvio! —exclamó el Meca, casi gritando, con otro de sus característicos ataques de ansiedad.

Yo no dije nada. No había nada que decir. Si Dalexandro no venía era su problema, a pesar de que había sido él quien nos hablara de aquello durante las últimas semanas. Nosotros solo éramos unos estúpidos con demasiado tiempo libre y mucha hambre.

Comenzamos a escuchar sus pasos: el sonido de sus botas era inconfundible. Los pibes y yo usábamos simples calzados de tela a los que llamábamos championes (a pesar de que no sabíamos el porqué de ese nombre), y para empeorar era un calzado precario, que dejaba entrar el frío por todos lados. Claro que Dalex era el mejor de nosotros y por eso lo seguíamos en cada idea loca que tenía. No solo por sus botas, que envidiábamos en secreto.

—¿Qué cuentan, piojosos?

El saludo de siempre, señal de que lo había conseguido. Me acerqué a él, ansioso por ser el primero en probarlo, pero me detuvo con un gesto de su mano.

—Ya sabés las reglas —anunció dramáticamente—, primero tenés que verlo acá —dijo señalándose con un dedo la sien.

—¿Y cómo hago eso si no sé qué tengo que ver? —pregunté irritado.

—Tranquilo, Hache —me susurró Juan—, tamo en la misma.

Y eso era cierto.

Era la primera vez que íbamos a probar algo que nuestra casta tenía prohibido. Un Fragmento, ese misterioso metal con la energía necesaria para mover al mundo. Sabíamos que tan solo una pequeña fracción de ese elemento podía cambiarnos la vida para siempre. Y quién sabe, tal vez no veríamos algo igual el resto de nuestras miserables vidas.

—¿Alguien estuvo practicando?

Dalex nos miró de hito en hito, aguardando, aunque sabía la respuesta: ninguno de nosotros había entendido ese pedazo de mierda. ¿Y quién usaba esas cosas hoy en día?

—Lo mejor hubiese sido un portat —dije—, al menos esos símbolos los conocemos.

El meca se acercó con el viejo instrumento rectangular y endeble. Hecho con ese material que nos parecía tan extraño y que se asemejaba a las hojas de árbol.

—Casi lo uso para limpiarme el culo —anunció con orgullo mientras se lo entregaba—, pero sabía que era importante para vos.

Dalex se lo quitó de las manos; sonreía y fruncía el ceño al mismo tiempo. Otra de las características por las que amábamos a ese hijo de puta.

—Piojosos, no tienen ni idea de cómo usar esto, ¿cierto?

—Es que no entendimos los símbolos —se justificó Juan, moviendo la cabeza de lado a lado, como si aquello fuera todo—. Ni uno solo.

—No son símbolos, son letras; es un idioma. El mismo que ahora estamos hablando.

—Eso es una estupidez, Dalex —lo contradije—. ¿Cómo va a ser español? El español se habla. O es eso o son los símbolos.

Hice el intento de tomar el pedazo de mierda para verificar lo que acababa de decir, pero lo alejó de mí.

—No importa —claudicó al fin—, a ver si esta noche les puedo enseñar lo más básico.

Y acto seguido se dejó caer ahí mismo. Más de una rata chilló y se refugió en las tuberías del fondo. Nos reunimos a su alrededor, y cuando extrajo de su bolsillo una pequeña bolsa de un material muy extraño (era piel de animal, solo que aún no lo sabíamos). Nadie se quejó del frío o el hambre.

—Vean esto, piojosos —susurró, al tiempo que descubría sobre una de sus manos el Fragmento. A simple vista nos pareció una piedra azulada, como una de esas joyas que usaban nuestros antepasados. Solo que esta tenía una forma estirada e irregular.

El Mica no pudo contener una exclamación de asombro. Yo mismo evité una a último momento (escéptico por naturaleza, aún desconfiaba de todo ese asunto y no quería hacerme ilusiones). Sin embargo, creo que contuve la respiración durante varios segundos. Juan estiró unos dedos temblorosos, intentando tocarlo. Pensé que Dalex lo regañaría, pero lo animó a que lo hiciera.

Finalmente lo tocó, apenas pasando su meñique por la superficie azulada y retirándolo enseguida. Todos hubiésemos hecho lo mismo, ya que poseíamos la misma superstición: si debías tocar algo extraño (radiactivo), lo mejor era hacerlo con ese dedo. Al parecer el meñique tenía propiedades mágicas que te protegían del mal. Lo peor de todo es que no veía razón para no creer en algo así.

—¿Qué pasó? —le pregunté.

—Nada —respondió con voz queda. Lo noté visiblemente confuso.

—Recuerdo la primera vez que toqué uno —comentó Dalex, con la clara intención de quitarle tensión al momento—. Algo me pareció extraño, no sabría decir qué, pero sentí como si alguien me observara, o me llamara. Pero no con palabras… aunque sí, al parecer podés escucharlos.

—¿Escucharlos? —quedé mirando el metal alienígena, y mi escepticismo se fue transformando en ansiedad—. ¿Querés decir que podemos… comunicarnos con ellos?

Dalex pareció pensárselo unos segundos. Finalmente negó con la cabeza.

—No creo que sean ellos. Creo que son sus muertos.

Recuerdo que en este punto abrimos mucho los ojos y miramos temerosos la oscuridad que nos rodeaba. De pronto una carcajada nos hizo estremecer, como quien te sacude al despertar y te arroja un vaso de agua fría a la cara.

Fue Dalex, y nos reímos con él, y esta vez sentimos que volvíamos a ser los mismos de antes, en una noche como tantas otras. Solo que esa noche no era igual a las demás, y lo sabíamos.

—¿Hacé algo?

El Mica quería ser testigo de un evento extraordinario. Cada pocos meses éramos testigos de cómo los Dirigentes llegaban con sus grandes navíos hidrosónicos, descendiendo sobre las montañas como si no pesaran nada y extrayendo toda la riqueza de la tierra. Sin embargo, ahí estaba Dalex, un muchacho de los suburbios, como nosotros, contradiciendo todo lo que sabíamos desde que éramos niños: que no necesitábamos uno de esas grandes máquinas para extraer el poder de estos Fragmentos.

—¿Es peligroso? —pregunté.

Sé que soné como un cobarde, y el hecho de que todos mis amigos me miraran con desaprobación me hizo sentir vergüenza.

—¿No te estarás cagando en los pantalones, piojito?

—¡No, Nada que ver! Solo quiero saber. Parece que ahí hay un gran poder, ¿no? Solo pregunto si lo que hacemos es seguro.

—Más seguro que otra noche en el barrio, sin dudas.

Juan era callado, pero cuando hablaba así siempre daba en el clavo. Ahora era el turno de Dalex, y supongo que eso lo convirtió en nuestro líder, (si querías formar parte de una banda era imprescindible alguien que guiara, si no, todo tendía a convertirse en un caos). Creí que el Meca iba a protestar, pero ni él ni Juan dijeron nada. Me sorprendí al darme cuenta que era yo mismo quien más celos sentía, porque sin quererlo me había convertido en algo parecido a un líder en ausencia de Dalexandro.

—Está bien, piojosos, observen esto.

Cerró el puño, envolviendo el Fragmento, que no era más grande que un dedo, y de inmediato escuchamos voces, un montón de voces que venían de todos lados. Instintivamente nos incorporamos, mirando nerviosos a nuestro alrededor. Pero las voces se fueron tan rápido como llegaron.

—¿Qué mierda fue eso? —pregunté.

—Son ellos —afirmó Dalex—. Los dueños de esto.

Todos observamos el Fragmento. En la penumbra su brillo se había potenciado. La luz azulada parecía ganar en intensidad por momentos, como si de un pulso se tratase. En unos segundos se fue apagando hasta quedar sin vida otra vez.

—¿Alguien entendió algo?

—Yo no —pero al decirlo supe que no era del todo cierto—. Pero tenía sentido… eran muchas voces y no sé qué decían, pero es como si de alguna manera tuviera sentido.

Miré a los demás, interrogándolos con la mirada.

Juan negó con la cabeza:

—No sé, para mí solo fueron personas gritando cualquier cosa.

Dalex nos miró a los tres, uno por uno, y finalmente extendió el brazo hacia mí.

—Te toca.

Debo reconocer que tuve miedo, porque algo me dijo que si había percibido esas voces sin estar en contacto con el metal, la experiencia se potenciaría si lo tocaba. Pero la oportunidad era única y sabía que si la dejaba pasar jamás se repetiría.

Estiré la mano y posó el Fragmento sobre mi piel. Se hallaba tibio y de inmediato sentí su pulso. El metal empezó a brillar con fuerza.

—Ahora cerrá la mano y concentráte.

—¿En qué? —pregunté con un hilo de voz.

—En lo que quieras.

Y así lo hice. Primero pensé en nosotros y en dónde estábamos: cuatro piojosos tiritando de frío y con hambre en medio de un lugar abandonado (probablemente radioactivo), solos en una noche invernal y desolada. De pronto, como surgidos de la nada, aparecieron; los vi, (y no estoy seguro de que haya utilizado los ojos para ello). Formas imprecisas, por momentos gaseosas, incorpóreas. que danzaron a nuestro alrededor como espectros, dejando una estela de residuo azulado a su paso.

No se acercaron, ni creo que supieran de mí, aunque fue evidente que algo los atraía (supuse que el mismo Fragmento). Estuve tentado en llamarlos, pero me contuve. Algo me dijo que era mejor no molestarlos. No ahora. Observé a mis amigos y me sorprendió que estuvieran mirándose entre ellos y no a los fantasmas que se movían a nuestro alrededor.

Finalmente abrí la palma de mi mano, y experimenté un vacío, como si me faltara algo con lo que siempre había vivido hasta ese momento. Tuve la sensación de que estaba dejando atrás algo esencial.

—¿Fuiste vos?

Aún me hallaba aturdido como para identificar a quién pertenecía la voz, aunque creo que era la del Mica.

—¿Que fui qué?

—El calor, Hache.

Fue ahí cuando lo noté, una briza veraniega que se iba disipando a medida que las corrientes gélidas volvían a reclamar su dominio desde los rincones más oscuros del recinto.

Dalex me miraba fijamente, como evaluando mi desempeño. Luego continuó el experimento. Pero ni Juan ni el Mica lograron hacer demasiado. Eso sí, todos escuchamos las voces, o susurros (dependiendo de cada uno). No dije nada, pero una parte de mí comenzaba a comprender dichas voces, al menos en parte. No lograba entender las palabras, a pesar de que el sentido de estas parecía estar ahí, al alcance de mi entendimiento.

El sonido de un motor hidrosónico nos alertó de que los guardianes estaban cerca. No teníamos manera de saber si nos buscaban a nosotros (por lo general solían ignorarnos, mientras no nos metiéramos en donde no debíamos). Pero ahora, con un Fragmento en nuestro poder, la cosa cambiaba mucho.

No tuvimos que decir nada, simplemente abandonamos el lugar lo más silenciosamente posible, no fuese a ser cosa de alertar a sus drones furtivos.

 


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